CARLOS CIGANDA

Desconozco cuándo Carlos Ciganda dudó entre la pintura y la publicidad. Supongo que demasiado avisado para creer en la escalera celestial del mundo del arte y demasiado listo para practicar el culto al mensaje-masaje del escaparate del “advertisment” y las campañas promocionales, como el Rick de “Casablanca”, prefirió optar por ver pasar la existencia sin hacer concesiones.Se intuye que no le gusta lo que pasa pero se percibe que él trata de vivir a (su) gusto. Así que, en la mitad de la nada, con el único propósito de permanecer fiel a sí mismo, Carlos Ciganda hace tiempo decidió pintar y, como no podía ser de otro modo, quiso forjarse un estilo propio.
Si lo determinante de un autor es poseer esos rasgos que lo identifiquen, hay consenso unánime en aceptar que Ciganda posee un inconfundible toque tan personal como su firma y tan reconocible como ese sabor a noche canalla de amores prohibidos que destila la mayor parte de los motivos de sus cuadros.Han pasado los años y, a lo largo de ellos, las obras de este Ciganda epicúreo se muestran fieles a su ADN. Se perciben deseosas de sentir y ser sentidas y empeñadas en digerir lo que respiran y ven para ser filtradas por un irredento sentido hedonista comprometido con el placer y la belleza, con la amistad y la total ausencia de impostura y pretensión.

Desde que tiene uso de la razón, recuerda estar en casa de sus abuelos retratando animales, dibujando a la familia, casi casi por «instinto». Entrando ya en la década de los 80, Carlos ya se ha olvidado de su faceta publicitaria que le ha acompañado en su vida laboral para centrarse en su gran pasión: la pintura.
Habla como le sale, pinta como lo siente, así ha disfrutado de sus pasiones durante toda la vida. A los 18 años hizo su primera exposición en San Sebastián en la que se quedó sin cuadros. Desde entonces, ha ido experimentando y disfrutando de diferentes expresiones artísticas. No en vano, esa tendencia al dibujo y pintura le llevó a la publicidad y no al revés. Pero el envidiable equilibrio conseguido en su obra hace que resulte difícil distinguir qué faceta, artística o publicitaria, predomina en sus cuadros. La publicidad se relaciona con el trabajo en equipo y la creación artística va unida a una idea amplia de soledad. Ambos mundos son bastante parecidos por los intereses que esconden debajo.
Y un último pero decisivo ingrediente determina su universo plástico. Carlos lo hace todo con humor. No hay inteligencia si uno no sabe reírse de sí mismo y Carlos siempre sonríe. Lo hace tanto con la boca como con los ojos.
Por eso mismo, la cuestión es que Carlos Ciganda pinta contento y con prisa; sin otra pausa que la que le determina el tiempo que dura la acción de hacer… siempre que se esté divirtiendo. Si no disfruta, Carlos cambia de tercio. Y como va acelerado sin razón aparente pero razonablemente feliz, ha pintado mucho. De hecho ha recreado buena parte de la historia del arte.
En su transcurrir, Carlos Ciganda, de manera muy relevante, ha homenajeado a pintores que como él, retrataban mujeres; hablamos de Modigliani. Y lo ha hecho con el mismo fervor y respeto con el que también ha recreado al artista que mejor captó la angustia del final crepúscular del siglo XIX, Edvard Munch.
Si con Modigliani le unía su pasión por el cuerpo femenino, con el artista noruego su complicidad nace del misterio de ese “Grito”, cuatro veces que se sepa pintado por Munch. Todavía se discute si ese atormentado personaje grita o sufre el efecto de quien fuera del plano está gritando. El propio autor relató que aquel ensordecedor sonido provenía del mismo mundo, era él quien gemía. Sospecho que por esa deriva insensata que llenó el siglo XX de guerras, ignominia y atrocidad.
Esa no es la cuestión que aquí nos ocupa. El eslabón que se convoca en este espacio es otro. Si se detienen un instante comprenderán que en Carlos Ciganda, el misterio y la mujer obedecen a un mismo principio: el origen. Esa es la clave. No olviden que a este hombre no le gustan los finales, vive sobre todo para los buenos principios.
En su caso, él lo prefiere con humo de cine negro, bellas mujeres y tipos duros. Ellos dominan sus relatos de ciudades envilecidas por políticos corruptos donde la única redención posible se halla en esos bares de los que cada vez cierran antes y de los que cada día quedan menos.Ahí surgen sus “torpedos torpedeantes” contra todo y al servicio de nadie.
En esta deriva vital, Carlos Ciganda se dedica a pellizcar a quienes admira, a quienes pintaron antes que él y a quienes a él, por los motivos que fuera, le merecen respeto y le siguen gustando.
Huelga decir que haga lo que haga, se inspire en quien sea que le sirva de pretexto, el resultado siempre es un inconfundible Ciganda atravesado por una mueca granuja, la de quien hace todo a su manera e independiente de todos.
Y eso es lo que se respira en sus dibujos, en sus esbozos, en sus cuadros.Un latido al galope que hace que decenas de personas aficionadas a la pintura se sirvan de sus obras para pintar con su estilo.
Está bien que lo intenten pero, por más que lo imiten, no será en las cualidades de la técnica donde deberán buscar la clave de su hacer sino en una forma de vivir de las que escasean. Porque, y eso lo saben quienes algo saben de su universo, Carlos Ciganda es un personaje sin máscara, tan singular como único.Juan Zapater


Sus cuadros son de una belleza plástica impresionante con la característica de que reflejan ala personalidad del artista. Por sus más de 30 exposiciones a lo largo de su vida se han visto cuadros de lo más variados tanto de técnica como de motivo pero siempre respetando toques muy propios de su estilo. Cabezones, Munch pop, Dibujos a pluma, Pinturas y tallas…obras que ya adornan multitud de espacios tanto privados como públicos y que, como no, forman ya parte de la historia.
Torpedeando es su última obra en la que hace un guiño a la serie de cómics Torpedo 1936 de Enrique Sánchez (guión) y Jordi Bernet (dibujo).